Nicolás Copano 24/7

BORRARELMUNDO
Un texto acerca de "Hiroshima" de John Hersey



No son cuerpos, son palabras. No hay sangre, solo tinta. “El papel aguanta todo” me dijo un amigo una vez. Pero ahí están las sensaciones. Y son las que nos conectan con los productos que nuestra cultura desarrolla. Lo que nos gusta, nos hace imaginar, nos deprime, nos alegra o nos choca. En esa dinámica, somos consumidores de la muerte. Nos encanta borrar el mundo. Nuestra especie llena el cine, donde la cinta muestra como una ola bota Nueva York. Los extraterrestres lanzan rayos que derriban ciudades y los planetas explotan, igualito que el video de la bomba atómica filmado desde el Enola Gay el día en que de un plumazo exterminaron Hiroshima.

La “Marca muerte” es popular, pero políticamente incorrecta de admitir por las corporaciones. Si un día, el Canal 13 saliera promoviendo que matan en su teleserie Brasileña al malvado dueño del campo de ganados, nos vamos al carajo. Si la Warner saliese defendiendo los videos de Marilyn Manson con odas al otro mundo, Dios nos salve. La consumimos a diario en películas, teleseries, libros, discos y símbolos. Mas aun desde el 11 de Septiembre de 2001, cuando el ataque a las torres gemelas (presenciado en tiempo real por todo el mundo) nos hizo cercanos a la sensación de desaparecer. Y fue igual que en Hollywood: los fallecidos flotaron por el aire. No estaban. Los pedazos se buscaban por Internet.

Hersey fue la Web de su tiempo. Como un blogger sin censura, le mostró al publico americano (a través del New Yorker) y al mundo como, la sociedad industrial, diseño una maquina – en este caso, bomba – que provocaba el terror masivo y la muerte semi instantánea a miles de seres humanos. Era producción en masa. Ya lo habían visto en las Sopas Campbell y en la ventaja de embotellar miles de Coca-Colas para el consumo hogareño. Un éxito para sus creadores, que vieron efecto. Un fracaso para la humanidad, condición única que une a todos los que respiran del mismo aire. Por que las diferencias, como en este y otros cientos de casos son claras: unos tenían un emperador, eran amarillos, amigos de Hitler – otro diseñador de intrincadas estructuras para producir muertas – y tenían los ojos rasgados. “¡Había que eliminarlos!. Obvio. No pensaban como nosotros.”

En general el ser humano es tremendamente desconsiderado. Si no, existiría libre acceso para compartir todo con el resto de la gente y yo estaría escribiendo este articulo desde el computador del lector, tomándome la leche con chocolate de su refrigerador y mirando el mundial desde su sofá con un par de amigos. Los experimentos contra Hiroshima y Nagasaki fueron el golpe para lograr el “Chau chicos, tomen todo que estamos llorando de susto”. La sociedad del miedo daba su gran declaración universal. Y luego, se reafirmaba cuando todas las naciones tuvieron acceso al poder nuclear. De ahí nace la guerra fría. Del hecho de que alguien, que no seas tu ni tus valores, puede volarte en partículas. Y también eso se extrapola a la guerra contra el terrorismo donde Estados Unidos muestra a todo el planeta la eliminación del segundo de Al Qaeda, en un acto que cualquiera con un poco de cerebro consideraría fuera de lugar y provocante.

El otro día, estaba leyendo “Hiroshima” y llegue a la conclusión que es un buen testimonio que no aboga por las razones del lanzamiento, si no registra las victimas del poder, que son como siempre, la gente común y corriente. La gente sin armas. El doctor Masakazu Fujii, dueño de una clínica privada, Hatsuyo Nakamura, viuda y madre, Toshiko Sasaki, que trabajaba en departamento de personal de la Fábrica de Estaño, el alemán Wilhelm Kleinsorge que era Jesuita, el doctor miembro de la Cruz Roja Terufumi Sasaki y el reverendo de la Iglesia Metodista de Hiroshima Kiyoshi Tanimoto son los que “pagan el pato” y hace que uno sienta en cada parte del relato que hubiese sido mejor que se murieran. Estarían mas tranquilos. Lo cual se lee tan políticamente incorrecto como lo anteriormente escrito respecto a la cultura comercial de fallecer. Ellos no hicieron el pacto de defender con su vida algo, llámese orden público (en el caso de la policía) o limites territoriales (en el de los militares) por tanto, para la moral universal, son injustificables sus sufrimientos. Por ello, uno llega a la conclusión que la palabra “lección para la humanidad” – tan repetida por los historiadores – es una falta de respeto. Por que toma a esas personas que se sienten cercanas como simples ejemplos.

Estamos tan inconcientes de la muerte – a pesar de comprarla en videojuegos, ropa, discos y multimedia – que la evitamos a toda costa incluso al pedirla envasada. La podemos utilizar para nuestros momentos de Ocio – arrendando DVD`s con películas gore – pero no la queremos gritando en nuestra cara que existe. Por eso, la obsesión contemporánea es rejuvenecer. Agregar tiempo a nuestras vidas aunque sea por fuera. Eliminar el paso de los años, comprar tinturas, cremas y contratar expertos para que nos veamos como antes.

Pero la industria cultural ha eliminado de su agenda la imagen descarnada. Argumentando de que “puede afectar a nuestros hijos” y escondiendo a su vez que estamos directamente dependiendo de otros, tal como las victimas de la bomba nuclear, para seguir vivos. Si todos nos diéramos cuenta de que estamos en peligro de terminar siendo hilachas ¿no lo gritaríamos? ¿no nos levantaríamos para proteger a nuestras familias?. Sucedió hace pocas semanas con la educación: los jóvenes salieron a gritar en contra de un futuro casi obligado: la falta de movilidad social. Si suponemos que a esta altura de la humanidad los conflictos belicos son como los mundiales de fútbol (se desarrollan en un pais, y participan varios países, a lo Iraq) ¿Por qué no se nos muestra para demostrar que estamos indignados?. Es la pregunta que deberíamos hacernos, juzgando así a como se nos informan las cosas y como se nos muestra, enseña y educa respecto a lo que sucede.